Alarga tu esperanza de vida. Parte 3 La Epidemia que no se Vive.
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La Royal Society de Londres es la sociedad científica más antigua del mundo, se fundó en 1660 para promover y extender “la nueva ciencia” mediante los grandes pensadores de la época como Sir Francis Bacon el divulgador de “la promulgación de la vida” de la Ilustración. Haciendo honor a su rica historia científica la sociedad celebra una reunión anual desde el año de su fundación. Los momentos estelares han sido las conferencias de Sir Isaac Newton sobre la gravedad, las de Sir Charles Babbage sobre su calculadora mecánica y la de Sir Joseph Banks que acababa de llegar de Australia con un tesoro de demás de mil plantas conservadas, todas nuevas para la ciencia.
Aún hoy en día en el mundo posterior a la Ilustración, la mayoría de sus acontecimientos sociales son fascinantes aunque no vayan a cambiar el mundo, pero el ciclo de conferencias de dos días que se celebró en la Royal Society la primavera de 2010 se acercaba mucho a ese objetivo, porque aquel lunes y martes se reunió un grupo de investigadores para discutir una “nueva ciencia” muy importante.
La reunión había sido convocada por la genetista Linda Patrick, la pionera de la bioanalitica, Janet Thornton y la neurocientífica molecular Gillian Bates todas ellas lumbreras en sus respectivos campos. La lista de asistentes no era nada desdeñable Cintia Kenyon habló de su investigación sin precedentes sobre una mutación concreta el Gen receptor IGF-1 que había duplicado la esperanza de vida de las ascarides activando DAF-16. Una investigación que en el primer momento que la misma Patrigdge califico de aberración específica de la especie, aunque pronto ella y otros destacados investigadores se vieron obligados a confrontar la creencia de que el envejecimiento estaba controlado por un único gen. Thomas Nystrom de la Universidad de Gotemburgo, Suecia expuso su descubrimiento de Sir2 que no solo es importante para la estabilidad genómica y epigenomica en la levadura sino que también previene que las proteínas oxidadas pasen a las células hijas recién creadas. Ryan Kennedy un antiguo pupilo de Guarente que estaba a punto de asumir la presidencia del Instituto Buck para la Investigación del Envejecimiento explicó las formas en las que las rutas genéticas se han conservado de manera similar en una diversidad de especies, y que posiblemente tuviera el mismo papel en el envejecimiento de los mamíferos. Andrzej Bartke de la Universidad del Sur de Illinois Estados Unidos, antiguo asesor de Michael “Ratón de Maratón” Bonkowski expuso sobre los ratones enanos que pueden vivir el doble que los ratones normales, un récord de la biología molecular, Maria Blasco, cientifica española que descubrio la enzima llamada telomerasa, explicó que las células mamíferas viejas, tienen más posibilidad que las jóvenes de perder su identidad y de convertirse en cancerosas. El genetista Nir Barzilai, Albert Einstein College of Medicine, Nueva York. habló sobre las variantes genéticas en humanos longevos y sobre su creencia de que todas las enfermedades relacionadas con el envejecimiento se puede prevenir considerablemente y de que la vida humana se puede extender con una intervención farmacológica sencilla.
A lo largo de los dos días 19 cientificos procedentes de algunas de las mejores instituciones de investigación del mundo expusieron sus trabajos y se acercaron a un consenso incendiario al tiempo que empezaban elaborar una teoría que cambiaría el conocimiento convencional sobre la salud y la enfermedad humanas. En otoño el biogerontólogo David Gems de la Universidad de Glagow en Reino Unido, se dedicó a recopilar las conclusiones de las reuniones en su artículo y aseguro que los avances en nuestro entendimiento sobre la senescencia orgánica se explica con una conclusión trascendental: “el envejecimiento no es una parte inevitable de la vida sino una enfermedad progresiva con un amplio espectro de consecuencias patológicas”. Según esta visión, el cáncer, las cardiopatías, la enfermedad de Alzheimer y muchas otras que asociamos al proceso de envejecimiento no son enfermedades en si mismas, sino síntomas de algo mayor. O dicho de otra manera más simple y rebelde: la vejez en sí misma es una enfermedad.
La ley de la mortalidad humana
Si la idea de que la vejez es una enfermedad te resulta extraña no eres el único, muchos médicos e investigadores llevan infinidad de tiempo intentando no decirlo. La vejez, según nos han dicho siempre, no es más que la consecuencia del envejecimiento y este siempre se ha visto como la parte inevitable de la vida. La Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (OMS) una lista de enfermedades, síntomas y causas externas de dolencias empezó a publicarse 1893 con 161 entradas. Hoy en día hay más de catorce mil y, en casi todos aquellos sitios donde se conservan los certificados de defunción los médicos y las autoridades sanitarias utilizan dichos códigos para registrar las causas tanto inminentes como subyacentes de la discapacidad y la muerte. Eso, a cambio, ayuda a las autoridades médicas y políticas del mundo a tomar decisiones sobre la salud pública. Hablando en plata cuánto más a menudo aparezca una causa en los certificados de defunción más atención recibirá por parte de la sociedad para combatirla, por eso las enfermedades cardiovasculares, la diabetes tipo 2 y la demencia están en el punto de mira de las investigaciones y de la atención sanitaria mientras que la vejez no lo está, aún cuando es la causa principal de todas esas enfermedades.
Pero esa no es la cuestión. Separar la vejez de la enfermedad oscurece una verdad sobre cómo llegamos al final de nuestras vidas aunque es importante saber porque alguien se ha caído por un precipicio, también es igual de importante saber que llevó a esa persona a acercarse al precipicio.
Aún cuando la esperanza de vida media global ha aumentado en 20 años desde la década de 1960 hasta la actualidad no es más que el efecto de las duplicaciones que se van añadiendo, sin embargo aunque la mayoría de los habitantes de los países desarrollados pueden estar seguro de que llegaran a los 80 años, la probabilidad de que alguno de nosotros llegué a los 100 es de un 3%, y la de llegar a los 115 es de 1 entre un millon. Y la de llegar hasta los 130 es una improbabilidad matemática de orden superior, por lo menos ahora mismo.
Brisa mortal
Esa es la clave, sabemos que fumar acelera el reloj del envejecimiento y qué hace que un fumador tenga más posibilidades de morir que una persona que no lo es. Mueren unos 15 años antes de la media, así que debemos luchar contra el tabaco con campañas públicas de salud, con demandas colectivas, con impuestos sobre el tabaco y con la legislación. Sabemos que el cáncer aumenta la probabilidad de morir y lo combatimos invirtiendo miles de millones de dólares en investigación para acabar con él de una vez por todas. Sabemos que la vejez también aumenta la probabilidad de morir pero lo aceptamos como algo que forma parte de la vida, cabe señalar que antes que a mi madre le diagnosticaron el cáncer de pulmón, antes incluso de que las células cancerosas de su pulmón empezar a multiplicarse, ya estába envejeciendo. Y en el sentido por supuesto su caso no era singular, sabemos que el proceso de envejecimiento empieza mucho antes de que lo percibamos y con la desafortunada excepción de aquellos que mueren pronto por culpa de una enfermedad hereditaria o de un patógeno. La mayoría de gente empieza a sufrir los efectos del envejecimiento antes de que lo asalten las enfermedades que asociamos con la vejez a nivel molecular. Comienza en un momento de nuestra vida cuando todavía nos sentimos jóvenes, las mujeres que llegan a la pubertad antes de lo normal por ejemplo, tienen un reloj epigenético acelerado. A esa edad no oímos las notas del pianista pero está ahí, aún en la adolescencia.
Las distintas funciones del cuerpo llegan a su pico máximo en diferentes momentos según cada persona, pero el declive físico, comienza entre los veinte y los treinta. Los hombres que corren maratones de media distancia por ejemplo, son más rápidos a los veinticinco, y por más que entrenen no aumentarán la velocidad cuando pasen de esa edad. En el caso de las mujeres, las mejores corredoras pueden seguir compitiendo hasta entrados los treinta.
Hay algunas pruebas simples que pueden ayudarte a saber qué edad biológica tienes. El número de lagartijas que puedes hacer es un buen indicador. Si tienes más de cuarenta y cinco y puedes hacer veinte, es un buen indicador. La otra prueba es la de sentarte y pararte en un solo movimiento: siéntate en el suelo descalzo y con las piernas cruzadas, inclinate hacia adelante con un movimiento rápido e intenta levantarte. Una persona joven puede hacerlo, una persona de mediana edad necesita normalmente ayudarse de una mano, una persona envejecida necesita el apoyo de una rodilla.
Todos estamos expuestos a los cambios físicos. Se nos arruga la piel. Nos salen canas. Nos duelen las articulaciones. Empezamos a quejarnos cuando nos levantamos. Empezamos a perder la resistencia, no solo a las enfermedades, sino a los baches y los tropiezos de la vida.
Por suerte es muy raro que un adolescente sufra una fractura de cadera, así que pocos esperamos que tener que superar algo así. A los cincuenta, si puede ser algo que altere tu día a día, pero no suele ser mortal. Sin embargo, un poco más tarde, el factor de riesgo para aquellos que sufren una fractura de cadera aumenta de forma aterradora. Algunos estudios demuestran que casi la mitad de las personas mayores de sesenta y cinco años que sufren rotura de cadera morirán al cabo de los seis meses. Y aquellos que sobreviven suelen pasar el resto de su vida con dolor y movilidad limitada. A los ochenta y ocho años mi abuela tropezó con una alfombra y se rompió la parte superior del fémur. Durante la operación para reparar el daño, se le paró el corazón. Aunque sobrevivió, su cerebro sufrió las consecuencias de la falta de oxígeno y murió pocos años después.
Las heridas sanan más despacio a medida que cumplimos más años. Lo apreciamos incluso con más claridad cuando observamos las diferencias entre niños y adultos mayores. En el caso de un anciano, una herida en un pie además de dolorosa es peligrosa. La probabilidad que un anciano muera a los cinco años de haberse producido una úlcera en un pie es mayor en un 50 por ciento; más alta que la mortandad de la mayoría de los tipos de cáncer.
Por cierto, las heridas crónicas en los pies no son raras. Lo que pasa es no oímos hablar mucho de ellas. Casi siempre empiezan con una rozadura que parece benigna en plantas cada vez más entumecidos o frágiles.
Las heridas en los pies, ya sean pequeñas o grandes, rara vez sanan en pacientes diabéticos. Algunas incluso dejar un buen boquete, como cuando quitamos el corazón a una manzana con ese utensilio específico para hacerlo. El cuerpo no tiene suficiente torrente sanguíneo, ni capacidad para la recuperación celular y las bacterias crecen en ese entorno carnoso y húmedo. Ahora mismo hay cuarenta millones de personas en el Mundo viviendo ese infierno, postrados en una cama mientras esperan la muerte. No hay casi nada que pueda hacerse por ellos, salvo ir cortando el tejido gangrenado poco a poco, cada vez más y más. Llegados a ese punto, privados de movilidad para poder levantarse, el sufrimiento es el compañero más habitual y por suerte la muerte no está lejos. Solo en Estados Unidos ochenta y dos mil ancianos se someten al año a la amputación de una extremidad. Esto significa diez cada hora. Todo ese dolor y ese coste, derivados de una lesión que inicialmente parecía algo menor: una herida en un pie.
Cuanto más envejecemos, menos le cuesta a una herida o una enfermedad llevarnos a la muerte. Vamos acercándonos cada vez más al precipicio hasta que basta un soplo de aire para que nos caigamos por el borde. Esa es la verdadero definición de fragilidad. Los científicos llaman a lo que nos pasa “pérdida de resistencia” y normalmente lo aceptamos como parte de la condición humana.
No existe nada tan peligroso como la vejez para los humanos. Sin embargo, le hemos cedido todo el poder y hemos desviado la lucha por una mejor salud hacia otras direcciones.
Medicina apagafuegos
En los hospitales de alrededor de mí laboratorio en Boston, hay geriatras, pero casi siempre se ocupan de los ancianos que ya están enfermos, es decir, treinta años más tarde de la cuenta, tratan a los ancianos no a los que envejecen. Hay una razón por la que los hospitales y los centros de investigación se organizan de esa manera, la cultura médica moderna se ha construido para tratar los problemas médicos de uno en uno, la segregación que se debe en gran medida a nuestro obsesión por clasificar las patologías específicas que nos llevan a la muerte. La forma en que los médicos tratan allí a las enfermedades es simple según la universidad de Illinois, «tan pronto como aparece una enfermedad; se le ataca como si no existiera otra cosa, una vez vencida la enfermedad, se echa al paciente hasta que vuelve a enfrentarse al siguiente desafío, que también hay que superar. El proceso se repite hasta que falla.
En Estados Unidos se gastan cientos de miles de millones de dólares a la investigación de las enfermedades cardiovasculares. Pero si pudiéramos detenerlas todas, todos y cada uno de los casos a la vez, solo se ganarían 1.5 años más. Lo mismo puede decirse del cáncer. Si detuvieramos la aparición de todos los tipos de dicho azote, solo aumentaríamos nuestra esperanza de vida media en 2.1 años, porque el resto de las enfermedades mortales aumentaría en forma exponencial. Al fin y al cabo seguiríamos envejeciendo. La vejez en su fase final, no es como una ruta de senderismo, en la que un pequeño descanso, un sorbo de agua, una barrita de proteínas y unos calcetines secos, te aseguran otros veinte kilómetros más antes de que anochezca, más bien es una carrera de velocidad hacia el siguiente grupo de obstáculos, cada vez más altos y cercanos. Al final te acabadas tropezando con uno de ellos. Y en cuanto te caigas una vez, si te levantas, la probabilidad de que vuelvas a caerte aumentará aún más. Aunque apartemos un obstáculo el resto del camino no dejará de ser peligroso. De ahí que las soluciones actuales, que consisten en curar las enfermedades en forma individual, sean caras y poco efectivas a la hora de hacer avances importantes en lo referente en aumentar los años de vida sana. Lo que necesitamos son medicamentos que tumben todos los obstáculos.
Gracias a las operaciones con triple baipas, a los desfibriladores, a los trasplantes y a otras operaciones quirúrgicas; nuestro corazón sigue vivo durante más tiempo que nunca, pero en detrimento del resto de los órganos, incluido al más importante de todos: el cerebro. El resultado es que la mayoría de nosotros se pasa muchos años sufriendo enfermedades cerebrales como la demencia. Aunque la media de la esperanza de vida en Estados Unidos ha aumentado en los últimos años, la esperanza de vida sana no lo ha hecho. “Hemos reducido la mortalidad, más que la mala salud” escribió Eileen Crimmins, profesora de gerontoligia de la Universidad de California Davis.
La edad promedio de muerte puede variar de forma significativa a lo largo del tiempo y son muchos los factores que influyen, incluidos la obesidad, el sedentarismo y las sobredosis de medicamentos. De la misma forma el concepto de mala salud es subjetivo y se mide de forma distinta en cada lugar.
No obstante no hacen falta ni estudios, ni estadísticas para saber qué es lo que está pasando. Está en todas partes a nuestro alrededor y cuánto mas envejecemos más evidente resulta, cuando llegamos a los 50 empezamos a pensar que nos parecemos a nuestros padres: con el pelo canoso y cada vez más arrugas en la cara, cuando llegamos a los 65 nos consideramos afortunados si no hemos sufrido ninguna enfermedad o incapacidad, si llegamos a los 80 prácticamente está garantizado que estaremos combatiendo alguna enfermedad que nos dificulte la vida, nos la incomode y nos la entristezca.
Hay un estudio en el que se afirma que los hombres de 85 años normalmente sufren una media de 4 enfermedades mientras que las mujeres sufren una media de 5: enfermedad cardiovascular, cáncer, artritis, enfermedad renal y diabetes. La mayoría de los pacientes tiene además alguna que otra enfermedad sin diagnosticar entre las que se incluyen la hipertensión, la isquemia cardíaca, la fibrilación auricular y la demencia. Sí, todas son dolencias distintas con patologías diferentes que se estudian en edificios distintos en los centros de salud y en departamentos distintos en las universidades. Pero la vejez es un factor de riesgo para todas ellas. De hecho es el factor de riesgo por excelencia y no hay nada más importante.
Pero tengamos en cuenta una cosa: aunque el tabaco aumenta por 5 el riesgo de sufrir cáncer, llegar a los 50 años multiplica por cien la probabilidad de sufrir cáncer. A los 70 se multiplica por mil, éste aumento exponencial también se aplica a las enfermedades cardiovasculares. Y a la diabetes. Y a la demencia . La lista es interminable, sin embargo no hay ni un solo país en el mundo que haya invertido recursos importantes para ayudar a sus ciudadanos a combatir el envejecimiento. En un mundo en el que aparentemente resulta difícil que nos pongamos de acuerdo en algo, la afirmación de que “la vida es así” parece casi universal.
La lucha gloriosa
La vejez provoca el declive físico. Limita la calidad de vida. Y tiene una patología específica. La vejez provoca todas esas cosas y con ello cumple todas las categorías de lo que llamamos “enfermedad” salvo una: afecta a más de la mitad de la población.
Según El manual Merck de geriatría una dolencia que afecta a menos de la mitad de la población se considera una enfermedad. Pero la vejez por supuesto nos afecta a todos. Por tanto el manual definine la vejez como “un declive inevitable e irreversible de los órganos vitales, que sucede a lo largo del tiempo, pese a la ausencia de heridas, enfermedades, riesgos medioambientales o malos estilos de vida”. Te imaginas que se afirmara que el cáncer es inevitable e irreversible? O la diabetes? O la gangrena? Yo si. Porque eso era lo que se afirmaba antes. Todos esos pueden ser problemas naturales, pero eso no los convierte en inevitables o irreversibles. Ni mucho menos en aceptables. El manual se equivoca con respecto a la vejez. Pero equivocarse nunca a impedido que la creencia popular influya negativamente en las políticas públicas. Y como la vejez no es una enfermedad según la definición comúnmente aceptada, no encaja bien en el sistema que hemos creado para financiar la investigación médica y farmacológica o reembolsar los costes médicos por parte de las compañías aseguradoras. Las palabras importan. Las definiciones importan. Los planteamientos importan. Y las palabras, definiciones y planteamientos que utilizamos para describir a la vejez utilizan el término “inevitabilidad”. No es que hayamos tirado la toalla antes de empezar a luchar, es que la tiramos antes de saber que hay una lucha que librar. Pero sí que la hay, una lucha global y gloriosa. Yo creo que es posible ganarla.. No hay una buena razón que justifique que tengamos que catalogar como enfermedad algo que sucede a un 49.9 por ciento de la población, mientras que no catalogados como tal algo que le sucede al 50.1 por ciento. De hecho es una forma retrógrada de enfocar un problema que nos ha llevado a implantar en todos los hospitales y centros hospitalarios un sistema que trata las enfermedades con una medicina apagafuegos. Porqué centrarnos en problemas que afectan a grupos de población pequeños, cuándo podemos centrarnos en el problema que nos afecta a todos.? Especialmente si haciéndolo podemos tratar los problemas menores?. Y podemos hacerlo. Creo que la vejez es una enfermedad. Creo que es tratable. Creo que podemos tratarla desde ya. Y con ello creo que todo lo que sabemos sobre la salud del ser humano cambiará de forma fundamental. La creencia de que el envejecimiento es un proceso natural está muy arraigada, así que aunque te haya logrado convencerte de qué debemos considerala como una enfermedad vamos a hacer otro experimento hipotético.
Tenemos delante la enfermedad más costosa que casi nadie está investigando es como si todo el mundo entero estuviera sumido en un estupor.
Por supuesto que no cuándo, estamos sanos y tenemos vitalidad, la edad no importa, siempre y cuando nos sintamos jóvenes tanto física como mentalmente y eso es cierto a los 32, a los 52 y a los 92 años. Casi todos los adultos de mediana edad en Estados Unidos afirma sentirse entre 10 y 20 años más jóvenes que su verdadera edad, porque todavía se sienten sanos y fuertes. Y sentirte más joven de lo que eres realmente predice una mortalidad más baja y una habilidad cognitiva superior más adelante. Es un círculo virtuoso siempre que sigas pedaleando.
Pero no importa como te sientas en este momento de tu vida: aún con un enfoque positivo y un estilo de vida saludable, tienes una enfermedad. Y va a pasarte factura más pronto que tarde a menos que se haga algo.
Soy consciente que al afirmar qué el envejecimiento es una enfermedad, es una desviación importante de la opinión general en cuanto a la salud y el bienestar, qué ha pautado una serie de actuaciones médicas para tratar las distintas causas de la muerte.
Sin embargo ese marco evolucionó. Porque no comprendíamos porque se producía el envejecimiento. Hasta hace muy poco tiempo, lo mejor que teníamos era una lista de marcas distintivas. La teoría del envejecimiento por pérdida de información puede cambiarlo todo.
No hay nada de malo usar la lista de estas marcas como guía de actuación, seguramente tendrá un impacto positivo en la vida de las personas si tratamos cada una de ellas. Es posible que las actuaciones destinadas a frenar el acortamiento de los telómeros mejoren a largo plazo el bienestar de las personas. Mantener la proteostasis, prevenir los fallos en la detección de nutrientes, impedir la disfunción mitocondrial, detener la senescencia, rejuvenecer a las células madre y reducir inflamación pueden ser formas de retrasar lo inevitable. De hecho trabajo con estudiantes graduados y empresas de todo el mundo que están desarrollando soluciones para todas y cada una de estas marcas distintivas y espero seguir haciéndolo. Debemos de hacer todo lo que esté en nuestras manos para aliviar el sufrimiento.
Pero seguimos construyendo nueve presas para nueve afluentes. Al unirnos para hacer frente a la “nueva ciencia del envejecimiento” tal cómo llamaron a esta lucha los asistentes a esas reuniones de la Royal Society en 2010, cada vez que más científicos que empiezan a reconocer el potencial y las posibilidades que surgen cuándo vas a contracorriente.
Juntos podemos construir una única presa justo delante de la fuente. No solo actuar cuando las personas se enfermen ni solo ralentizar las cosas, sino curar por completo los síntomas del envejecimiento.
Esta enfermedad es tratable.
Comentarios destacables
El mayo de 2010 un grupo de 19 investigadores de prestigiosas universidades presentó sus trabajos para hablar sobre una “nueva ciencia” en dónde empezaban elaborar una teoría que cambiaría el conocimiento convencional sobre la salud y la enfermedad humana. Concluyeron que el envejecimiento no es una parte inevitable de la vida sino una enfermedad progresiva o dicho de otra manera más simple y rebelde: la vejez en sí misma es una enfermedad que aumenta la probabilidad de morir.
Las soluciones actuales qué consisten en curar las enfermedades en forma individual son caras y poco efectivas a la hora de hacer avances importantes en lo referente en aumentar los años de vida sana, aunque la esperanza de vida ha aumentado. La edad promedio de muerte puede variar significativamente, influyen muchos factores como la obesidad, el sedentarismo y la sobredosis de medicamentos.
La vejez es una enfermedad tratable desde ya, todo lo que sabemos sobre la salud cambiará de forma fundamental. Esto evolucionó cuando comprendimos porque se produce el envejecimiento, con La teoría del envejecimiento por pérdida de información ya descrita. Que saca a las canicas de funcionamiento celular de sus valles en el paisaje del epigenoma de Waddington.
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