El odio se les revirtio


Del Financiero.

Tiempo de lectura: 8 minutos.

        La jefa de Gobierno hace bien en estar preocupada por la división de clases que quedó de manifiesto en el voto contra Morena el domingo 6 de Junio.    

    Por Raymundo Riva Palacio      Estrictamente Personal  De El Financiero. Junio 10, 2021.

Tiene mucha razón la jefa de Gobierno de la Ciudad de México,     Claudia Sheinbaum,  cuando al salir al paso a comentarios y memes que ubicaron el voto contra Morena en la capital federal como una lucha de clases, alertó la gravedad de que se promoviera esa línea de pensamiento ante los riesgos de que pudiera llegar a darse una división clasista y discriminatoria. “Eso no es esta ciudad”, agregó. “Esta ciudad tiene que darse la mano como siempre se la ha dado, tiene que disminuir desigualdades y acercar a las personas”. Eso no era, ciertamente, ni la capital federal ni el país, pero este encono se potenció de la mano de sus vecinos en el Zócalo. Ese mismo llamado tendrá que hacerlo con quien prendió fuego al pasto seco y pedirle al presidente     Andrés Manuel López Obrador  que sea él quien encabece la reconciliación.

Por supuesto que eso no sucederá. Las mañaneras han sido durante sus 628 escenificaciones un ejercicio sistemático de generación de odio y división, al partir salvajemente a la sociedad entre los buenos y malos. La división binaria que hace el Presidente la ha trazado a través de líneas ideológicas, los “conservadores” y él y sus seguidores, pero sobre todo clasistas y discriminatorias. Fifís ha llamado múltiples veces a quienes considera sus adversarios, un calificativo que ha sido utilizado en México desde el porfiriato por la élite, como se ubica popularmente al grupo social de mayor ingreso.

Fifí se convirtió en sustantivo y en término peyorativo por     López Obrador  y sus seguidores, mediante el discurso machacón desde Palacio Nacional, donde el Presidente lo asocia invariablemente con la corrupción. Maestro en los silogismos, el mensaje permanente a la sociedad es que las élites son los ricos y los ricos, corrupción. Desde la campaña presidencial, operadores de Morena viajaron por el país diciendo a los electores de menor escolaridad que si votaban por     López Obrador las casas donde trabajaban pasarían a su propiedad. López Obrador  ha llegado a matizar que no todos los ricos ni las fortunas son mal habidas, pero el mensaje compensatorio ha sido tan escaso, que no ha penetrado en el pensamiento de nadie.

En realidad, tampoco le interesa. Un ejemplo de lo que busca el Presidente lo dió en la mañanera del lunes pasado, cuando al hablar de la derrota de Morena en la Ciudad de México, que no aceptó, le recomendó a     Sheinbaum  que se acerque a los pobres sin mencionar al resto de los grupos sociales capitalinos. Una vez más, en la dialéctica de la inclusión y la exclusión, el segmento de menor ingreso confrontado, por diseño presidencial, con el resto de la población. ¿Qué no entendió López Obrador? ¿Qué no quiere ver Sheinbaum?

La jefa de Gobierno hace bien en estar preocupada por la división de clases que quedó de manifiesto en el voto contra Morena el domingo. No fue una división de norte a sur, sino un voto de protesta urbano sin fronteras, aunque tiene varias explicaciones preliminares.     Hay una correlación entre a mayor escolaridad, mayor participación electoral, y a mayor participación más voto contra Morena.

Hay una mancha Morena en la parte oriente de la capital, pegada a los municipios conurbados que dan hacia Puebla y Morelos, donde la correlación del apoyo al gobierno es mediante los programas sociales. En el resto de la ciudad, en las colonias de alto ingreso, pero también en las de medio y bajo ingreso, habitan amplios segmentos de la población que resultaron afectados por los despidos masivos de la burocracia, la reducción de salarios en la administración pública, la cancelación de fideicomisos o la crisis en la industria de la construcción. Pero también por el cierre de las estancias infantiles, el desabasto de medicinas, la decisión de no aplicar vacunas anti-Covid al personal médico de las instituciones privadas, por la insensibilidad y crítica a las mujeres por levantarse contra los abusos sexuales, o por los afectados de “incidentes” –como llamó     Sheinbaum  a la tragedia de la Línea 12 del Metro– que han sucedido en la capital.

La irrupción de los componentes de     lucha de clases  en el debate público no es por generación espontánea, ni tampoco producto de una campaña de desprestigio de los medios de comunicación, como argumentaron el Presidente y la jefa de Gobierno, insultando la inteligencia de los capitalinos. El odio se engendró como parte de una estrategia de polarización y confrontación desde Palacio Nacional. La política de inventar patiños acreditados como periodistas para servir de mecha en la pira de la denostación y el linchamiento en Palacio Nacional, acompañada por plumas al servicio del Presidente o los oportunistas de siempre dedicados únicamente a insultar y difamar, para desacreditar y deslegitimar, han sido fundamentales en esta cruzada de rencor.

Esta línea de acción con     López Obrador  no es nueva. Se vivió en Tabasco durante los 90, donde el discurso divisionista del entonces candidato perdedor al gobierno estatal     fragmentó a la sociedad sin que haya podido volver a unirse.  Se experimentó en la Ciudad de México cuando la campaña presidencial en 2006, donde prevaleció un discurso rupturista que dividió incluso a familias. Lo hemos vivido en cada campaña electoral en la que ha participado     López Obrador  y hemos sido testigos todos del maniqueo manejo de ira incendiaria contra los fifís y las élites estigmatizadas desde el poder.

El discurso de odio es abusivo, intimidador y hostil, que sube de intensidad cuando lo acompañan las tensiones políticas o los temas públicos que polarizan. Esto lo hemos vivido cada día del sexenio del presidente López Obrador, sin que nadie lo frene, incluida su incondicional     Sheinbaum.  Su llamado, sin embargo, hay que atenderlo. Pero debe estar ella convencida de que es urgente frenar el clasismo antes de que la ciudad se le salga de las manos, y persuadir a su jefe político que tiene que hacer lo mismo, porque la estabilidad del país se le puede escapar.

        Por Enrique Quintana.    

    Director General de El Financiero.  Coordenadas

junio 13, 2021

        “Aspiracionistas (sic), egoístas y con el deseo de triunfar a toda costa”. Así definió el presidente de la República a las clases medias de algunas zonas del país, que el domingo pasado no votaron por Morena.    

En contraste, señaló,     la gente del pueblo,  que ahora recibe más dinero del presupuesto, se dio cuenta de que otro México es posible, y votaron por Morena.

La descripción de los hechos del presidente     López Obrador  es precisa. La explicación que da al por qué sucedió, a mi parecer, está equivocada.

Veamos algunas cifras.

En la Ciudad de México, la alianza opositora obtuvo el     45.4 por ciento de los votos , de acuerdo con los cómputos distritales. Morena y sus aliados obtuvieron     43.1 por ciento . Con lo que perdieron la Ciudad de México.

Pasó lo mismo en el estado de México, con una población asentada en una parte importante de la metrópoli. La oposición, aliada o por separado, obtuvo un     43.46  por ciento mientras que los partidos que respaldan a la 4T se quedaron en el     42.68  por ciento.

En Nuevo León, otro estado en el que hay un fuerte asentamiento de clase media, con la segunda zona metropolitana más poblada, la de Monterrey, los partidos afines a la 4T obtuvieron solamente el     18.9  por ciento de los votos. El resto se repartió entre las otras fuerzas políticas.

En Jalisco, entidad en la que, en virtud de la Zona Metropolitana de Guadalajara, hay también una fuerte presencia de clase media, la 4T obtuvo solamente el     28.5  por ciento de los votos.

Si el análisis se hace más puntual, por distritos electorales, el resultado se vuelve más evidente aún.     Donde se asientan clases medias perdió Morena.

Permítame ahora referirme a algunos datos que arrojó la encuesta de salida realizada por El Financiero.

    El 25 por ciento de los votantes encuestados declaró tener educación universitaria,  por lo que pudiéramos considerarlos como una parte importante de las clases medias.

En ese segmento, los partidos opositores obtuvieron el     49 por ciento de la intención de voto , mientras que Morena se quedó solo con el 33 por ciento.

El comportamiento referido por el presidente es algo nuevo, ya que, en el 2018, el mismo ejercicio permitió observar que el 48 por ciento de quienes tenían entonces educación superior, inclinó su voto hacia López Obrador.

Es decir, la 4T perdió 15 puntos entre este grupo.

En contraste, en el otro extremo,     entre quienes tienen solamente escolaridad de primaria y secundaria, y que representan el 46 por ciento de los votantes, los partidos afines a Morena obtuvieron el 49.8 por ciento de la votación.

En este segmento Morena ganó 3.6 puntos porcentuales respecto a la votación obtenida en 2018.

Otro indicador muy interesante que arrojó la encuesta de salida es que,     entre los beneficiarios de los programas sociales, Morena obtuvo el 55 por ciento de los votos, mientras que la oposición se quedó con el 31 por ciento.

En 2018, el triunfo arrollador de López Obrador se debió a que una parte muy significativa de las clases medias votó por él.

        Ahora, ese segmento le dio la espalda a los partidos representados por la 4T.    

La explicación pública del presidente y de una parte de los líderes políticos y funcionarios del gobierno es que hubo una campaña de desprestigio de los conservadores que tuvo efecto entre las clases medias y que eso condujo a que votaran en contra.

Algunos dirigentes de los partidos afines a la 4T e incluso funcionarios públicos admiten, por lo menos en privado,     que no fue principalmente la campaña de desprestigio lo que influyó sino los deficientes resultados de la gestión del gobierno.  En seguridad pública, crecimiento económico y salud, están entre los principales factores que condujeron a la pérdida de votos en algunas regiones del país, sobre todo en zonas urbanas.

Al observar estos datos, los dilemas para la 4T son muy claros.

Si la oposición se mantiene cohesionada y logra postular una candidatura presidencial única para el 2024 y si a esa candidatura se sumara también Movimiento Ciudadano, tienen buenas posibilidades de ganar la presidencia.

Uno de los objetivos estratégicos de la 4T va a ser trabajar para desarticular la alianza opositora, pues si los partidos postulan candidatos presidenciales diferentes, Morena tiene todas las posibilidades de volver a ganar.

Pero, además, si a través de cambios en las políticas públicas que, por ejemplo, permitan mejorar la seguridad y restablecer el crecimiento económico, entonces tienen posibilidades de recuperar al menos una parte del voto de las clases medias que perdieron en estas elecciones.

Claro, eso implicaría tener un diagnóstico diferente y autocrítico de los resultados electorales.

        Comenrario    

    Si el propio presidente da por perdidos a esos grupos al criticarlos por “aspiracionistas” y por sus deseos de progresar,  entonces de entrada, la 4T va a comenzar el juego con un marcador en contra, y le va a regalar a la oposición una base de electores que cada vez es más importante en México.

        O, ¿acaso usted no se considera como parte de las clases medias?    

Cuatro de cada 10 en México están en la clase media.


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